Hasta hace no mucho, el Internet y sus espacios de expresión eran una extensión de liberalismo existencial al que tanto nos acostumbra el mundo que se nos impone; los espacios se destinaban a la publicación de aquello que queríamos mostrar a los otros; lo que íbamos a desayunar, nuestros distintos estados emocionales, las fotos de nuestras vacaciones o de nosotros mismos en diferentes poses, la actualización constante de nuestra miseria cotidiana, de la vida vacía, la existencia líquida… Para muchos, esos espacios no daban para más, sin embargo poco a poco se han gestado nuevos usos de esos mismos espacios y los movimientos en la red que crecían en silencio se han hecho espacio en los medios y sitios más usados. Hoy es posible encontrar cientos de blogs con cosas para compartir, intencionalmente o no, cada uno de ellos con posturas políticas o apuestas de mundo que varían desde la reproducción del liberalismo existencial hasta la transgresión constante de aquello que se quiere imponer como realidad.
El espacio virtual es –por lo menos hasta el día de hoy– una ficción en la que se conserva una cierta libertad de decir, esto es, lo mismo hay espacios de gobierno, de iglesia, de izquierda, de centro, anarquistas, comunistas, zapatistas, de pornografía, de horóscopos, etcétera; todos al alcance de un click, en una pantalla de ordenador pueden confluir varias ventanas simultaneamente, ante aquel que las mira pueden reconciliarse ideas confrontadas históricamente, aglutinadas por la inmediates del click. Uno, en ese espacio de cierta libertad, amparado por la inmediates podía sentirse tranquilo de decir, el riesgo [no todo podía ser tan perfecto], que esas viejas prácticas del mundo impuesto nos alcanzaran en nuestro decir virtual: el trolling, los vigilantes digitales, la policía de lo virtual encarnada en cada usuario que con esa ilusión de libertad busca la forma de reprimir y censurar; gajes del oficio, nada que no se pudiera esperar… La virtualidad ofrecía esa relativa posibilidad de anonimato para manifestar las críticas u opiniones que en lo real no se atrevería uno a decir pues, aún con la existencia de una policía cibernética, nadie se tomaría el tiempo de averiguar a todos los que hacían explícitas sus ofensas a los gobernantes.
Sin embargo, hoy podemos decir que ya no es lo mismo. El movimiento órganico de lo virtual ha transformado muchas cosas. Pareciera que aquellos grupos de poder que ‘consintieron’ la existencia de este espacio fueron rebasados por las implicaciones y alcances de éste; basta mencionar el uso de las redes sociales en Internet para la organización de diversas revueltas –decimos revueltas y no procesos revolucionarios o de transformación, ya que esto es un proceso que aún está por verse– en Medio Oriente, España, Grecia, Inglaterra, Chile, etcétera. O, para no irnos muy lejos, el uso que hacen de Twiter en México ciudadanos comunes con acceso a Internet para la difusión inmediata de aquellos lugares donde hay balaceras, retenes, peligros, operativos de alcoholímetro, etcétera. No estamos diciendo aquí que Facebook o Twiter, por poner ejemplos, son la herramienta que necesitamos en este mundo posmoderno para hacer la revolución ni que
sean por sí mismas un instrumento de transformación, hacemos esta aclaración por si hay algún lector de pensar trasnochado que lance una crítica visceral sobre los dispositivos mencionados y niegue a toda costa su uso como herramienta de transformación.
Lo que nos interesa aquí es el sentido que está tras el uso de estos dispositivos como herramientas de cambio social que ya no se definen por la geometría política clásica, es decir, nos interesa el tipo de acciones de transformación que se pueden construir desde estos espacios virtuales, con miras a tener un efecto en el mundo concreto en el que vivimos a diario. El efecto político de lo que se dice en Internet es tal que ha generado nuevas categorías para explicarlo: hacktivismo, trolling, spaming, etcétera. Los cambios que ahora vislumbramos nos hacen prestar atención a los nuevos riesgos y las implicaciones de nuestro decir en ese espacio al que atribuímos la ficción de libertad
efímera. Y es que lo subversivo dentro del ciberespacio ya no sólo está en hacer una crítica al gobierno o al Estado, ahora también es subversivo hacer una crítica al narco, aunque no sepamos donde empieza uno y dónde termina otro…
Las consecuencias por expresar lo que hasta hace algunos años sería una simple opinión virtual, ahora amenazan con ser graves, desde amanecer colgado de un puente hasta ser encarcelado por terrorismo virtual. El narco-trolling no se reduce al tweet o al post, decide saltar las fronteras difusas de lo real y lo virtual para hacerse presente en mantas; mientras que las intenciones desde el poder buscan concretarse en ley para que uno no pueda decir cosas feas de aquellos que creen ostentarlo. Desde hace mucho que se nos intenta imponer un mundo real, y ahora nos están arrebatando de a poco una ficción de libertad ¿Qué haremos ante esto? ¿Dónde construiremos espacios de libertad sin que nos alcancen? Algunos dicen que “las ficciones son cosa seria [pues] necesitamos ficciones para creer en la realidad de lo que vivimos…”. Para construir esos espacios que habremos de poblar en libertad habrá que comenzar a imaginarlos…
Por La Letra Ausente…
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