Dados dos eventos A y B, A es causa de B si se cumplen una serie de condiciones lógicas, dos sucesos importantes.
La ocurrencia de A va acompañada de la ocurrencia de B, o si examinamos, representamos numéricamente el grado en que ocurren A y B, entonces encontramos una correlación positiva entre ambas variables.
La no-ocurrencia de A implica que tampoco podrá hallarse la ocurrencia de B, aunque la ocurrencia de A no tiene por qué estar ligada necesariamente a la concurrencia de B.
Cuando dos eventos A y B cumplen las dos condiciones anteriores decimos que existe una relación causal entre ambos: en concreto "A es causa de B" o equivalentemente "B es un efecto de A".
La idea de causa intuitivamente surge del intento de explicarnos lo que ocurre a nuestro alrededor mediante un determinado esquema lógico subyacente que nos permite relacionar unas cosas con otras mediante conexiones necesarias. Esta capacidad para establecer conexiones causales es una habilidad cognitiva básica de primates superiores, algunos mamíferos superiores e incluso algunos invertebrados como el pulpo de mar.
Esta habilidad cognitiva básica es importante precisamente porque existe cierta evidencia empírica de que que siempre que se dan las mismas circunstancias como causas, se producirá siempre el mismo efecto. Eso es lo que entendemos por principio de causalidad que según puede formular de un modo un tanto naïf como "todo lo que sucede en el mundo, en la Naturaleza tiene una causa" (también se suele parafrasear una proposición de Aristóteles: "Todo lo que se mueve, se mueve por otro").
El aprendizaje de relaciones causales es, probablemente, uno de los más básicos que se pueden dar en todo ser humano. El niño recién nacido aprende enseguida que el acto de llorar va seguido, normalmente, por una consecuencia de lo más agradable: la atención de su madre. Aprende también, en cuanto sabe decir dos palabras, que los adultos le prestan atención si las dice. Aprende también muchas otras cosas importantes para la supervivencia y que tienen que ver con las relaciones causa-efecto. Por ejemplo, que las puertas se abren cuando él dice “abrir”, y por tanto, fascinado con su descubrimiento, es capaz de pasarse horas jugando a abrir puertas... aunque en este caso el mecanismo de apertura de la puerta consista en realidad en un padre que juega divertido con su hijo. Pero eso forma parte del juego del aprendizaje y ni al padre le interesa por el momento desilusionar al niño, ni el niño sabe aún lo suficiente como para darse cuenta de
que normalmente las palabras no sirven para abrir puertas. Con el tiempo aprenderá que hay acciones que sirven para abrir puertas y acciones que no. Incluso será capaz de, al descubrir que una puerta se abre sola, inferir que detrás tiene que haber una persona empujándola.
También los adultos aprendemos a veces relaciones causales que son ilusorias (como en los casos de comportamiento supersticioso e ilusión de control), otras veces no detectamos relaciones causales que sí existen (como en los casos en los que la creencia previa de que A es la causa de B nos impide detectar que la verdadera causa de B es C), y también hay veces en que somos tremendamente eficaces en la detección de relaciones causales.
La pregunta de cómo atribuimos causalidad a determinados eventos y no a otros es una cuestión que ha preocupado a filósofos (p. ej., Hume 1739/1964) y psicólogos durante muchos años. En psicología, además, son muchos y muy variados los aspectos de la causalidad que podemos tener en cuenta, y esto ha dado lugar a que numerosas áreas de la psicología se ocupen de diferentes aspectos de la causalidad. Psicología social (Heider, 1958), psicología clínica (p. ej., Alloy y Abramson, 1979), psicología evolutiva (Piaget e Inhelder, 1951), percepción (Michotte, 1963), y procesamiento de la información (Kahneman, Slovic y Tversky, 1982) son algunas de estas áreas.
En los últimos años, ha cobrado fuerza también el estudio del aprendizaje de las relaciones causales, un aspecto de la causalidad bastante desconocido, en general, al haberse asociado históricamente el estudio de los procesos básicos de aprendizaje con el estudio exclusivo del condicionamiento animal.
Autor: Helena Matute, Universidad de Deusto, Bilbao
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