Hay un chiste muy conocido: “el problema del eslabón perdido entre el hombre y el mono ya tiene solución: ¡somos nosotros!”. Una de sus ventajas es que destaca una paradoja en la clasificación de Linneo: nuestra especie es muy poco sapiens, y menos aún sapiens sapiens. Sería más adecuado, retomando la expresión de Edgar Morin, decir que somos Homo sapiens demens, con una parte de locura más visible que su parte de cordura. Ciertamente, ésta ha sido pensada y buscada desde el alba de la humanidad, pero esta búsqueda sólo concernía a un número limitado de seres humanos en cada generación y aparecía, esencialmente, como si se tratase de un asunto privado. La pregunta a plantearse, al inicio de este nuevo milenio, es: ¿no habrá llegado ya el momento de hacer de esa búsqueda de la cordura un proyecto político?
Realmente, cualquier otra alternativa va perdiendo viabilidad. El precio que pagamos por nuestros modos de vida se hace cada vez más pesado ecológica y socialmente. Nos dirigimos hacia verdaderas catástrofes si la humanidad no hace retroceder su propia demencia y si no progresa en cordura (1). Desde el recalentamiento climático hasta las “vacas locas”, desde las guerras santas al terrorismo, la actualidad nos enseña cotidianamente el precio crecientemente oneroso que la humanidad debe pagar por no abordar el problema de su propia inhumanidad.
El mayor peligro: la violencia interior
Esta hipótesis plantea la problemática de la relación con lo político. Pues lo que hace emerger la cuestión política en la historia humana es precisamente el peligro de destrucción, tanto si proviene de fuera como si proviene de dentro de la colectividad. ¿Qué hacen los seres humanos para protegerse de ese peligro? Para empezar, establecen una jerarquía de los riesgos, determinando cuál es la mayor amenaza: ¿la naturaleza, el enemigo exterior o la barbarie interior?
Las catástrofes naturales, por violentas que sean, frecuentemente tienen como efecto una mayor unión de los seres humanos entre sí, solidarizándoles ante la adversidad. Basta con observar los movimientos de solidaridad espontánea que, tras una catástrofe natural, reagrupan a comunidades tradicionalmente opuestas, de los que pueden ser un ejemplo los gestos humanitarios de las comunidades turcas o griegas tras los terremotos que han enlutado sus países.
Lo que hace del enemigo exterior un peligro más temible que la catástrofe natural es, precisamente, que no es totalmente exterior, ya que es humano. Paradójicamente, su no-ajeneidad le hace más peligroso. Pero en tanto que siga siendo exterior, no dispondrá de los medios de ejercer la más radical de las amenazas: la amenaza de una destrucción física y moral.
La violencia interior es la más peligrosa, pues alcanza al propio deseo de vida. La historia política de la humanidad es, ante todo, la historia de los medios para evitar el riesgo de autodestrucción de las comunidades por su propia violencia y por su propio odio interior. La política es constituida, en primer lugar, por el miedo a la guerra civil.
En esta perspectiva, la guerra exterior aparece más como solución que como problema: la canalización de la agresividad humana hacia el exterior es el medio más simple de pacificar y “civilizar” el espacio interior. Todas las formas de regulación política de que se han dotado las comunidades humanas, desde las tribus a las naciones y desde las ciudades a los imperios, tienen en común el haber manejado prioritariamente la violencia interior por medio de la exorcización del odio y de la violencia hacia el extranjero, el bárbaro, el infiel...
La novedad de la cuestión política
Para quienes se plantean la problemática política tomando en consideración a la humanidad en su conjunto, hay tres elementos que transforman profundamente esta cuestión.
1. El cambio tecnológico, caracterizado por la entrada en la era informacional, trastorna drásticamente las formas clásicas de las sociedades industriales, estructuradas en torno al tríptico trabajo/salario/Estado-nación. Las telecomunicaciones crean un espacio-mundo desmaterializado en el que la producción y los ingresos se encuentran cada vez más desconectados de la producción de riqueza. La financiarización y la mundialización de una economía crecientemente especulativa habrían sido imposibles sin la informática.
2. El cambio ecológico procede de que ahora tenemos más necesidad de proteger a la naturaleza que de protegernos a nosotros mismos frente a ella, si es que no queremos degradar irremediablemente nuestro “nicho ecológico”. El pilotaje de nuestro planeta, frágil nave espacial, plantea el problema de su gobernación, salvo que aceptemos caminar hacia catástrofes ecológicas o ecoantrópicas crecientes.
3. El cambio antropológico se relaciona sistémicamente con los dos precedentes: la pacificación interior por medio de la exportación de la violencia, resorte tradicional de lo político, ya no funciona a escala planetaria... al menos hasta que no descubramos extraterrestres. Por otra parte, resulta significativo ver como ese riesgo se reconstituye de manera fantasmagórica en películas como Independence Day.
En tanto que las regulaciones políticas sigan estando basadas principalmente sobre la amenaza exterior, serán totalmente impotentes para dar soluciones al problema de la gobernación mundial. Por la misma razón, al desaparecer la división del mundo en dos bloques vemos desencadenarse nuevas guerras civiles, como tributo pagado a una mundialización sin regulación política: Yugoslavia, Ruanda, Costa de Márfil y el Oriente Próximo constituyen los trágicos modelos de estas nuevas destrucciones, tanto más temibles por manifestar, tras su aparente singularidad, la universalidad del problema del odio entre hermanos y vecinos.
El análisis de las fuerzas adversas
Para tratar el problema de la barbarie interior de la humanidad, la gobernación mundial debería ser capaz de apoyarse sobre las tradiciones que han hecho frente a esta cuestión radical, desde las sabidurías milenarias hasta la tradición democrática.
Aunque no transformemos a un adversario en enemigo, eso no quiere decir que no haya adversarios. Los hay, son las fuerzas que, consciente o inconscientemente, encuentran ventajoso mantener la mundialización irresponsable y no solidaria que caracteriza el estado actual del planeta. Son aquellas fuerzas que no tienen ningún interés en que emerjan regulaciones mundiales democráticas, bien porque ellas mismas se alimentan estructuralmente del desorden (mafias), bien porque disponen así de un sobrepoder (los EE.UU. y, en menor grado, los países del G7), bien porque son culturalmente hostiles a la democracia (todo tipo de integrismos). Construir conflictos fecundos frente a estas fuerzas es una alternativa a la violencia que está reemergiendo por todas partes como precio del apartheid social mundial y de las grandes involuciones tribales. Esto exige un minucioso análisis para no equivocarse de adversario, así como saber elegir aliados y practicar, si llega el caso, alianzas de geometría variable sin caer por ello en el oportunismo.
El enfoque micro/macro/meso
¿Cómo articular dos enfoques que tradicionalmente se presentan como alternativos: cambiar las estructuras o cambiar las mentalidades, cambiar la vida o cambiar de vida? En primer lugar, mostrando aquello en lo que ambos enfoques se condicionan mútuamente; después, trabajando sobre el nivel intermedio (meso) de articulación y de transformación capaz de impulsar autoregulaciones positivas.
La articulación mentalidades/estructuras debe ser vista desde su faceta apropiada, que es, precisamente, la contraria a la del enfoque tradicional. A largo plazo, las transformaciones de mentalidad producen los efectos más importantes. Efectivamente, hay una relación sistémica entre ambas categorías de cambios: ¡Buda, Sócrates, Jesús, Mahoma o Marx no eran extraterrestres! Su pensamiento, su palabra y su acción han nacido en el ámbito de situaciones económicas, sociales y políticas que han marcado su propia visión del mundo. Pero lo esencial es que, en los momentos cruciales de la historia, una manera radicalmente nueva de mirar el mundo y de darle sentido ha producido radicales transformaciones culturales que han sobrevivido mucho más allá de las propias condiciones estructurales de las que emergieron.
La razón de esta superioridad de lo mental sobre lo “estructural” es bastante simple. Lo mental es precisamente lo que diferencia al ser humano de otras especies. De lo mental proceden la palabra, la actividad reflexiva y el imaginario. Sin pensamiento, sin palabra y sin imaginación no es posible ninguna producción económica, por muy material que sea.
Esta inversión en el orden de los efectos es esencial para construir a escala planetaria una alianza que ligue la preservación de los “bienes comunes” de la humanidad a la preservación de la misma humanidad, amenazada por su parte de inhumanidad. Una de las prioridades es detectar cuáles son, en el mundo contemporáneo, las personas y grupos portadores de visiones culturales y espirituales (en el sentido no reductor del término) que juegan o jugarán un papel esencial para el advenimiento de la idea de que la humanidad ha entrado en una nueva era de su historia y que necesita nuevos marcos conceptuales, culturales y éticos para acompañar esta gran mutación.
Pero estas conmociones culturales sólo producen efectos a largo plazo si son transportadas por “medios de propagación”, y precisamente en ese aspecto la relación con los cambios estructurales se hace importante. Ante todo, porque es preciso reunir las condiciones mínimas necesarias para que haya emergencia y propagación de estos imaginarios: si una colectividad está movilizada completamente para lograr su supervivencia, entonces no será fuente de cultura. Y también porque a estas condiciones para la emergencia es necesario añadir las mediciones transformadoras.
Las regulaciones emocionales
En este punto, reencontramos una pista menos evidente: la de las regulaciones emocionales. Si el sueño de los alquimistas siempre ha sido transformar plomo en oro, el sueño de los políticos podría resumirse en la célebre frase de Mandeville: ¿cómo fabricar virtudes públicas a partir de vicios privados? La esencia de lo político es, en efecto, hacer aflorar lo mejor de los seres humanos, tal y como son. Como señalaba Max Weber en Le Savant et le politique, para un gobernante es un error profesional afirmar que los seres humanos son buenos. Y afirmar que son malos sería el error simétrico. Tanto en un caso como en otro estamos ante intentos de salirse de la condición humana, que siempre se pagan muy caros. Pues lo propio de la condición humana es, precisamente, la mezcla y el mestizaje: biológico, sexual, cultural, etc. ¿Cómo hacer un buen uso de esa mezcolanza portadora de la posibilidad de hacer admirables a los seres humanos, pero también la de hacerlos monstruosos?
En este aspecto, es necesario prestar atención a los grandes mecanismos de autoregulación que generan las leyes de transformación de lo micro a lo macro. Tomemos el ejemplo de dos transformadores pasionales que han funcionado relativamente bien y que hoy se encuentran en crisis a falta de regulación mundial: la democracia y el mercado. La democracia regula la pasión de poder, pacificándola, y el mercado regula la pasión de riqueza haciendo que concurra en el intercambio. Hay otros ejemplos de transformadores en el seno de los Estados-nación: las mutualidades y los seguros crean lógicas cooperativas entre individuos que persiguen intereses individuales.
Esta lógica transformadora sólo funciona si al menos una parte de los agentes tiene clara conciencia de las razones por las que el mecanismo funciona. Sin demócratas convencidos, sin mutualistas apasionados, sin agentes conscientes de que un mercado tiene necesidad de confianza y de paz, llega un momento en el que los mecanismo de autoregulación se invierten. La democracia se reduce a pura lucha por el poder, el mutualismo se convierte en corporativismo y el mercado deja su lugar a una lógica de acaparamiento, conocida por el nombre de capitalismo.
Nos encontramos precisamente en una fase de crisis de los grandes mecanismos de autoregulación que habían estructurado los años 60 y 70. Por un lado, la ausencia de regulación mundial -política, jurídica y financiera- no ha permitido que estos mecanismos productores de intercambio y de cooperación alcanzasen talla mundial. Por otro lado, el predominio de una ideología individualista y cínica destruye la sustancia de estos procesos.
Estamos, pues, ante un doble desafío: ayudar a la emergencia de una visión mundial fundada sobre una lógica cooperativa, y ver en qué condiciones podrían trasladarse a escala planetaria aquellos mecanismos de autoregulación que han funcionado bien sobre territorios restringidos.
Agentes de la transformación
Dada la modestia de los medios, la amplitud del desafío planteado parece tan grande que muchos ceden en el intento. Sin embargo, si sabemos observar atentamente, veremos que muchos de los elementos potencialmente constitutivos de esta renovación política se encuentran ya sobre el terreno y multiplicarían su energía si fuese elaborado un proyecto que catalizase nuevas prácticas políticas y sociales.
Así ocurre con la dimensión pluriterritorial necesaria para el nuevo movimiento cívico y social emergente. Ya existen iniciativas de ciudadanía en ámbitos locales, nacionales, continentales y mundiales. Desde los sextos encuentros de la democracia local, realizados en Roubaix el 28 de octubre pasado, hasta el movimiento internacional “Otro mundo es posible”, pasando por las redes cívicas europeas y nacionales, todas estas realidades dan testimonio de una emergencia de la que Transversales se hace regularmente eco.
La aspiración a establecer una relación entre ciudadanía y arte de vivir parece ser otra característica de estos movimientos, para los cuales el malestar de nuestra sociedad se debe en gran parte a su pérdida de substancia ética y cultural. La capacidad de crear confianza y convivencialidad -tan ausente allá donde causa estragos la lucha por el poder (2)- constituye, en esta perspectiva, una dimensión central de una estrategia fundada sobre el intercambio recíproco.
Otro vector de mutualización pasa por el uso inteligente de las nuevas tecnologías para la comunicación a distancia. Además de los beneficios prácticos de estas comunicaciones, resulta también muy importante desarrollar al respecto formas de vigilancia y de acción, ya que se trata de uno de los principales envites de la revolución informacional.
La imaginación programática tendrá mucha más vitalidad cuando las posiciones convencionales que consideran que el poder es un capital que se conquista y conserva sean reemplazadas por estrategias cooperativas en las que lo que cuenta es la utilización del poder -verbo auxiliar que requiere necesariamente de un complemento- como palanca para proyectos que incitan a los ciudadanos a ponerse de pie y auto-organizarse colectivamente. Dicho de otro modo: el movimiento de emergencia de esta alianza pasa también por cierto tipo de terapia colectiva destinada a combatir los efectos tóxicos de la voluntad de dominación y de acaparamiento. La humanidad no será un bien para sí misma si no construye lo que podríamos denominar “ecosistemas emocionales” o “emosistemas”, que favorezcan el progreso de su humanización frente a su propia humanidad. Este podría ser el proyecto, ambicioso pero apasionante, de la articulación de un nuevo arte de vivir, de otro modelo de desarrollo y de una nueva era de la democracia. ¡Sí, otro mundo es posible! Comienza hoy mismo, en nuestras cabezas y en nuestros comportamientos.
Autor: Patrick Viveret
Fuente: http://www.inisoc.org/60vivere.htm
NOTAS
1. No resulta exagerado escribir, como hacía la plataforma fundadora de la Alianza por un mundo responsable y solidario, que “la humanidad corre el riesgo de autodestruirse si no resulve la triple crisis de las relaciones entre sociedades, entre los seres humanos y la naturaleza, y entre los propios seres humanos”
2. Los Verdes acaban de demostrar hasta qué punto la forma partidaria genera comportamientos patógenos.